El Distrito Cárdenas tiene por vecinos a los territorios de los Distritos Jáuregui, Sucre, Uribante, San Cristóbal, Capacho y Lobatera.
La población del distrito, según el censo de 1971 es de 56.289 habitantes. Para 1936, es decir hace 38 años tenía solamente 25.525 habitantes diseminados a razón de 44 habitantes por kilómetros cuadrado, en la extensión territorial de entonces que era de 571 k2.
El distrito Cárdenas que en otro tiempo se llamó Bolívar, tradicionalmente ha hecho de la agricultura la base de su prosperidad económica. Café cañas de azúcar, tabaco, maíz, hortalizas, fríjoles, yuca, plátano, han sido los productos vegetales cultivados con esmero por una inmensa mayoría de moradores del medio rural. También la ganadería ha recibido el impulso de la gente trabajadora del Distrito.
TARIBA. Táriba es la capital del Distrito Cárdenas. Formó parte como Parroquia del Cantón San Cristóbal, junto con Capacho y Guásimos (hoy Palmira). Como Cantón, según el censo de 1846, tiene una población de 4.474 habitantes. Se erige en Vice-Parroquia en 1787 y en Parroquia en el año 1804.
Al adquirir importancia por su comercio y su agricultura, se constituye en Cantón, llamado Unión, cuya cabecera es Táriba. A medida que pasan los años continua su ascenso en todos los órdenes, y por esta circunstancia en 1872 se convierte en Departamento, con dos distritos: Táriba y Guásimos.
Población: el Municipio Táriba cuenta con alrededor de 27 mil habitantes. La ciudad tiene unos 18 mil. El número de casa es de 3.120 y las manzanas son 182.
Altura sobre el nivel del mar: 887 metros.
Temperatura media anual: 22ºC.
Barrios de la ciudad: Monseñor Briceño, Santa Eduvigis, San Martín, Caja de Agua, Bella Vista, Las Palmas, El Diamante, Las Margaritas, Buenos Aires. Sectores antiguos son: El Zulia, El Llano, Las piedras, Coconitos, Caña Vieja. Hoy ya no se nombra lugares de la toponimia antiquísima de la urbe, como El Descanso (El Topón), La Aduana, Hoyo Caliente, E l Infierno, La Ruiza, Putumayo, Coscorrón, Callejón de la Pesa, Cuesta Empedrada, Alto de los Sánchez, Callejón de la Ciba, Calle de la Sinfonía, Tururú, Barro Negro.
Por estos sitios, siempre gratos de la ciudad, pasó cual duende embrujado, el ingenio chispeante y satírico de algún taribero, “mamador de gallo” por mas señas, que quiso hacer alguna burla elegante a la humanidad, bautizando con miche claro tal vez, estos lares de la tierra amada.
Ciudades vecinas: San Cristóbal, hija de capitanes, amada del Torbes como Táriba, querida por los de las casa y por los que llegan a su valle a disfrutar de su cordialidad, San Cristóbal, la bella vecina, es promesa ilimitada en marcha hacia el infinito camino de la esperanza. La distancia física entre una y otra ciudad es de 5 kilómetros, pero el afecto que borra la separación, las junta como dos hermanas, como dos olas del mismo río, como dos pinceladas del mismo paisaje.
Palmira, pueblo del oasis agradable, donde la sed del espíritu se sacia con el primor de la estampa andina. Todo suena bien, en la eufonía del vocablo que se pronuncia con acento melifluo, en los caprichosos arreboles que nimban el firmamento palmirense para que luzca más el conjunto armonioso de sus calles, sus casas, silueta silente y acogedora. Desde La Mantellina, que es atalaya del poblado, se descuelgan las cortinas albas de la neblina para cubrir de frío acariciante a San Agatón de Guásimos, a Palmira que es creación de algún virtuoso y enamorado pintor, escapado de la estancia espúmea de Venus. De la Perla de la Mantellina quedó prendado el capitán Luis Sosa Lovera. Por gracia del coqueteo del paisaje, Palmira está allí desde el 5 de julio de 1642, con su San Agatón como protector de la que fue Villa de las Flores, con sus gentes buenas, laboriosas y sencillas, con su historia tejida con mil y un ensueños, con sus remembranzas que canta Jesús Porras Cubillán:
Recuerdo en sus noches, la acequia dormida las luces opacas, las calles de piedra.
El viejo solar al margen del templo.
De nuestro aguinaldo, el tiento y el grito.
¡Recuerdos que el tiempo ha querido borrar!
Cordero. A 1.157 metros sobre el nivel del mar. A sólo 10 kilómetros de Táriba. Su temperatura media anual es de 19 grados. Es la capital del Municipio Andrés Bello, creado según la Ley de División Politico-Territorial de 10 de febrero de 1937. Tiene el municipio una población aproximada de 8 mil habitantes. Cordero es pintoresca población ubicada en el camino que conduce hacia el páramo de El Zumbador, sitio donde nace con el nombre de Quebrada del Palmar el río Torbes. En 1870 llega al pueblo de los antiguos indios orikenas, Don Juan Pablo Roa, quien baja desde Mesa de Aura para ligar su nombre a Cordero por la obra que supo realizar en favor de la incipiente comunidad. Por las calles que ayudó abrir Don Juan, pasa la gente humilde, la que sueña con la esperanza de mejores días, la que evoca el ayer tan lleno de gratas impresiones. Cordero es paraje para la complacencia y el sosiego de los espíritus, tierra generosa para encontrar amigos, hálito de fe en la tiramira de los Andes, poema desprendido del parnaso.
Si Palmira es la zona industrial por las fábricas de cerveza, cemento, piedra caliza, cestería; Cordero es la localidad agrícola del Distrito Cárdenas, por la variedad de productos que se cultivan en su territorio.
Datos Históricos
Cada julio se recuerda, (aunque no hay celebración especial), el paso por esta tierra del capitán Alonso Pérez de Tolosa, en el año de 1547, cuando en busca de comunicación hacia el Nuevo Reino de Granada, vino por los llanos occidentales a la cabeza de más de un centenar de soldados. En dicha expedición venía el Maestre de Campo Don Diego de Losada, fundador de la ciudad de Caracas. De los villorrios salen los indios llamados “táribas”, y casi junto al río Torbes, de salmantino recuerdo, se sucede el cruento combate. Soldados, caballos y hasta el mismo jefe de la expedición, el capitán Pérez de Tolosa, son heridos. Pasada la lucha, los naturales regresan a la habitual calma del valle del Torbes, mientras los españoles, tramontando la “Loma del Viento”, llegan extenuados a los valles de Cúcuta donde los indígenas de aquel lugar también les presentan combate.
Si bien la intención de los
expedicionarios, que habían salido desde la ciudad de la Purísima Concepción de
El Tocuyo, no fue fundar pueblos, sin embargo consideramos que el contacto con
los táribas y las circunstancias que envolvieron el reconocimiento de esta
tribu, dieron origen –desde el punto de vista histórico- al nacimiento grupal
de unos habitantes que constituyen la génesis del pueblo que se conoce con el
nombre de Táriba. De este modo se inició el mestizaje regional. Es, pues,
Táriba el primogénito territorio del Estado Táchira que tiene figuración
histórica en los anales de la conquista y colonización.
Encomenderos de los indios táribas. Los
capitanes Juan de Ortega y Mateo de Ortega, son los primeros encomenderos bajo
cuya autoridad son sometidos los íncolas indígenas ribereños del Torbes. Para
1619 el capitán Francisco Fernández de Rojas obtiene título de Encomendero
sobre la dicha tribu de los táribas.
Táriba estuvo presente en la revolución
patriótica de 1810, por intermedio del Alcalde Pedáneo, Don José Ignacio
Sánchez Gutiérrez, quien asiste, junto con otros ciudadanos, al Cabildo de San
Cristóbal a fin de respaldar el movimiento caraqueño de aquel año.
En 1813 la población se conmovió con los
sucesos de la Campaña Admirable protagonizada por nuestro Libertador, Simón
Bolívar.
El 10 de febrero de 1820, Simón Bolívar
pisa suelo taribense y se ocupa de impartir instrucciones de tipo militar para
la toma de Maracaibo y la defensa del Bajo Apure y de la Nueva Granada. Es
posible que en una antigua casa de entonces, Bolívar estuviera reposando,
ocupándose de los asuntos de la guerra o hasta pernoctando. La ciudad de
Táriba, por tanto tiene el honor de estar incluida dentro del itinerario bélico
del Genio de América. En este mismo año, y quizás en varias oportunidades,
Bolívar estuvo en una casa de Llanitos, lugar cercano a Cordero. Una casona, ya
restaurada, y con el atractivo colonial de la época, indica al viajero que allí
pernoctó el Libertador.
Soldados oriundos de la villa de Táriba,
de Lobatera y otros pueblos son incorporados por Bolívar cuando el 6 de febrero
de 1820 se encontraba en San Cristóbal.
Comisionados por el Congreso Admirable y
con el objetivo de tratar con el general Páez asuntos relacionados con el
movimiento separatista, visitan a Táriba el 14 de marzo de 1830, los ilustres
ciudadanos, Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, el obispo Esteves, de
Santa Marta y Juan García del Río.
El 25 de octubre de 1848, el comandante
Toribio Ayestarán defiende valientemente a Táriba de la invasión de facciosos
de Capacho y de la Mulera que bajaban por el camino de Guásimos. No obstante
haber sido herido dos veces. Ayestarán logra repeler el ataque hasta desalojar
del barrio Zulia a los invasores.
El 31 de agosto de 1862, un acontecimiento
belicoso turba la paz del poblado. El coronel federalista Pausolino Toledo
pretende apoderarse de la urbe. Este se presenta ante el comandante José Palma
y le grita: “Compañero, no hagamos matar nuestros soldados, confiemos el honor
del triunfo a nuestras propias armas: soy lancero”. “Y yo también”, le responde
decididamente Palma. Inmediatamente se traban en feroz lucha cuerpo a cuerpo.
Unos pocos minutos bastaron para decidir el combate. Un ay doloroso sale
precipitado de la garganta de Toledo, quien cae tendido al suelo herido mortalmente
de un lanzazo. Así valientemente, muere el coriano Toledo, mientras su tropa se
retira en desbandada. En esta forma, Palma se cubre de gloria al defender con
denuedo a Táriba e impedir la toma de San Cristóbal.
El 18 de mayo de 1875 la población se
conmueve estrepitosamente. Fue a raíz del fuerte movimiento telúrico que precipitó
a tierra muchas casas, dejó sin hogar a unas cuantas personas y cubrió de ruina
a Cúcuta y sitios circunvecinos, a San Antonio, Capacho, San Cristóbal, Rubio,
etc. El terremoto llamado de Cúcuta, destruyo la iglesia parroquial de Táriba
que estaba ubicada en la plaza Miranda, donde últimamente se realizaban las
corridas de la feria. Para aquella época, Táriba no llegaba a los 3 mil
habitantes. Tal movimiento sísmico, que ocurrió a las 11:30 de la mañana,
destruyo también el famoso Colegio “Táchira”, fundado por los preocupados y
preparados ciudadanos doctor Santiago Briceño y bachiller José Miguel Crespo.
Un teatro recién construido y sin siquiera inaugurar, ubicado detrás de la
Basílica, quedó reducido a escombros por la potencia de aquel fenómeno
telúrico.
Táriba es escenario de un reñido combate
de más de una hora a raíz de estallar la Revolución Legalista, cuyo jefe era el
general Joaquín Crespo. En ese año de 1892, fuerzas del gobierno al mando del
general Francisco Croce Moreno ocupan la plaza de la población. A ellas se
enfrenta el general Espíritu Santos Morales, quien hace retroceder a Croce
desde La Plazuela hasta La pesa. Habiendo sido auxiliado Croce por el general
Castro con fuerzas del batallón “Junín” de San Cristóbal. El combate se reanuda
en las calles de la ciudad a causa de la decisión de tomar la plaza Bolívar; el
enemigo es atacado duramente y perseguido hasta Palmira al anochecer de aquel día.
El general Esteban Chalbaud Cardona fue hecho prisionero, entregado a Castro,
este le dijo: “No, Esteban, tú estás en completa libertad”. En esta acción
guerrera recibió los ascensos de capitán y comandante, de manos del general
Castro, el general Santiago Briceño Ayestarán.
Cuando ocurre el levantamiento de 1899, que
la historia conoce como Revolución Restauradora y acaudilla el general Cipriano
Castro, hijo de Capacho, Táriba se incorpora a dicha revolución queda al traste
con el gobierno del presidente Ignacio Andrade y facilita el ascenso de los
Andes al nivel de la vida nacional. El caudillo de este movimiento en el
Distrito Cárdenas es el general Santiago Briceño, quien recibe el cargo de Jefe
del Alzamiento, acompañado por los coroneles Aniceto Cubillán y Clodomiro
Sánchez, 180 hombres medianamente armados se reunieron en Palmira y desde esta
población partieron hacia Capacho a la concentración del 23 de mayo del citado
año.
Conmemoraciones Religiosas
En Táriba se celebra con gran solemnidad, cada 15 de agosto, la
fiesta patronal en honor de la Virgen de la Consolación, cuya aparición
milagrosa ocurre hacia fines de 1600. De una imagen traída desde el convento
agustino de San Cristóbal, por dos sacerdotes misioneros, emerge –por acto
milagroso de renovación –el culto a la Virgen, cuya tabla primitiva había
permanecido por largo tiempo en una despensa, guardada por una india cristiana,
luego de la huida de los misioneros ante el ataque de los indios capachos y guásimos
a la tribu de los táribas, que empezaba a recibir la evangelización. Con Misa
Pontifical en la Basílica, con procesión multitudinaria de fieles que acompañan
la imagen por las calles de la ciudad, con presentación de exvotos que la fe
tributa a la Reina del Táchira, con luminarias, salves y plegarias, los
feligreses del pueblo y de otras regiones celebran piadosamente el día de la
Patrona.
En remotos tiempos, se conmemoraba también la festividad de la Virgen del Carmen. Había regocijo popular en las calles y se montaban corridas de toros en cualquier parte de la ciudad.
La natividad del Señor es celebrada con entusiasmo. En la novena del Niño Jesús, cada aldea y sector de la comunidad derrocha alegría y piedad. Al compás de la música los disfrazados danzan, se mueven por todos los lados y asustan a la chiquillería que se junta en cada paseo para disfrutar de la jacarandosa temporada decembrina. A las misas de aguinaldos la gente madruga, salen comparsas juveniles con instrumentos musicales, que dan notas de verdadera alegría a la ciudad. No faltan, por supuesto, los patinadores.
Aún se conserva la piedad que en épocas pretéritas mostró el pueblo durante la Semana Mayor o Semana Santa. De pocos años para acá las procesiones de las Cofradías del Santo Sepulcro y de Nuestra Señora de las Angustias llaman poderosamente la atención de toda la gente. Con críos encendidos y con sus atuendos a la usanza española van pasando los hermanos y hermanas penitentes en medio de un silencio impresionante. En cortejo solemne se mueven lentamente, en medio de la noche, imágenes, cofrades y gente. Sólo el retumbar de tambores y el clarín de trompetas se escuchan al través de la interminable hilera procesional. Vale la pena presenciar estas escenas que brindan las procesiones de la Semana Santa en Táriba.
Celebraciones Folklóricas
Las antiguas calles La Unión, La Libertad fueron testigos del remoto nacimiento de la lidia de bravos toros. Una calle cualquiera, servía de corral o de coso para armar el atractivo espectáculo del toreo. Así nació la fiesta taurina y comenzó la tradición de las ferias más antiguas de Venezuela. El toreo se constituyó en eje de la fiesta. Antiguamente en cada jolgorio agostino, la parranda se completaba con guarapo y con aguardiente. En toneles y a la entrada del poblado, cada capitanía ponía a disposición de los asistentes brindis de “miche”, del entonces sabroso, que más tarde se convirtió en el famoso “bartolero”, llevado allende los limites tariberos.
Táriba hace las Fiestas con Sabor a Pueblo
Asimismo la música como expresión de arte o para solaz del espíritu es cultivada por nuestros humildes campesinos. La bandolina y el cuatro son los instrumentos de cuerdas más usados por los andinos del campo para alegrar las fiestas o para pasar ratos agradables con su familia y con sus amigos. Y en el intermedio de una y otra pieza, dejan deslizar por la garganta tal cual palo de miche claro para alejar el frío que casi muerde en algunos sitios de la cordillera.
Las serenatas, que tanto deleitaron en el pasado, se recuerdan de vez en cuando, al irrumpir los aires musicales en las noches silentes para dejar escuchar sabrosamente la grata melodía de un vals regional, que despierta emocionados los corazones y refresca los recuerdos idos en los lejanos días de romanticismo local, cuando los nocherniegos o los enamorados interrumpían el sueño de sus mujeres amadas para brindarles, en la quietud nocturnal, una sinfonía de canciones. Cabe aquí un paréntesis para citar a algunos de nuestros compositores, artistas del pentagrama, que han hecho de su inspiración musical el modo sentimental de regalarle armonía a “La Perla del Torbes”, nido de musas, amado por poetas, músicos y pintores. Unidos al terruño taribense por la orfebrería tonal con que han arrullado a la ciudad, están, entre otros, los nombres de los destacados compositores: Telésforo Jaimes, Pablo Emilio Ortiz, Alejandro Fernández, Luis Felipe Ramón y Rivera, Rafael Sarmiento, Raúl Cárdenas, José Ignacio Mantilla, Itala Paolini de Angeli, Oscar y Humberto Morales, Apolinar Cantor, Chucho Corrales, etc.
Fuente: Crónica sobre Táriba y el Distrito Cárdenas (Táriba 1974)
Tirso Sánchez Noguera - Cronista de la Ciudad
Templo Parroquial
Después de
la antiquísima, fue construido en la plaza Miranda el viejo templo parroquial, destruido
por el terremoto de 1875. Se tiene como milagroso el hecho de que cuando sucede
ese fenómeno telúrico y se desploma el templo hasta quedar en escombros, no
sufre ningún daño el altar mayor donde se encontraba el camarín de la Virgen de
La Consolación. Luego de esta tragedia se levantó una edificación de madera que
servía para los oficios del culto. La actual iglesia fue consagrada en 1911 por
Monseñor Antonio Ramón Silva, entonces Arzobispo de Mérida. Después de 6 largos
años de trabajo constante y duro, con la cooperación de los fieles que traían
piedras, arena y madera enseguida de la misa de los domingos, el santo varón,
Presbítero Miguel Ignacio Briceño Picón, logra ver coronados sus esfuerzos y
los del pueblo. El padre Briceño había nacido en Mérida el 2 de septiembre de
1863. Rechazó honores episcopales; sólo recibió la distinción papal de Monseñor.
Fue el gran difusor de la devoción de Nuestra Señora de La Consolación. Por espacio
de 53 años ejerció funciones de Párroco de Táriba, misión que cumplió con alma
de verdadero apóstol, dedicado al anciano y cargado de méritos, entregó su alma
al bien espiritual y material de todos sus feligreses. Creador el 8 de mayo de
1957. En esta tierra el pueblo se entristeció y lloró largamente su partida, mientras
en el Reino de los Bienaventurados había alegría por la llegada de un santo.
A petición de Monseñor Alejandro Fernández Feo, actual Obispo diocesano, y por voluntad del Papa Bueno, Juan XXIII, el templo fue erigido en Basílica Menor en 1959. El 12 de marzo de 1967 se realizó la solemne Coronación Canónica de la imagen de Nuestra Señora de La Consolación, 100 mil personas presenciaron este singular acto, jamás registrado en la historia del Táchira. Su Eminencia José Humberto Cardenal Quintero y el episcopado nacional presidieron la imponente ceremonia.
El 13 de enero de 1911, el Cura Párroco, Pbro. Miguel I. Briceño da fe de los nombres de los santos mártires que se colocaron en la piedra del altar mayor. Son ellos: Faustino, Vigilante, Secundino, Modesto, Fulgencio.
Antes de 1767 no tuvo Táriba párroco fijo. En ese año, es el sacerdote agustino, fray Antonio Delgado Ocariz quien empieza a actuar como capellán de la ermita.
Es de justicia recordar, además del Padre Briceño, los demás miembros que integraron la Junta Pro-Trabajos de la Iglesia. Fueron ellos: Vice-Presidente, Vicente Sánchez; Tesorero, José Ascención Trujillo; Secretario, José Gabriel Cárdenas Ramírez. Es precisamente el mismo Presidente, Pbro. Briceño, quien participa al Concejo Municipal, en aquel entonces presidido por el médico, doctor Sixto Cárdenas, que con fecha 11 de septiembre de 1904 se ha instalado dicha junta.
Fuente: Crónica sobre Táriba y el Distrito Cárdenas (Táriba 1974)
Tirso Sánchez Noguera - Cronista de la Ciudad
Fue sembrado en 1878 por el doctor Santiago Briceño y sus hijos Santiago y Rafael Briceño Ayestarán. El árbol es descendiente del famoso e historio samán de Güere (hoy sepultado por el peso del tiempo). Fue traído por el doctor Briceño a su regreso a Táriba, luego de asistir como diputado por el Táchira ante el Congreso Nacional. Hoy nuestro samán tiene la significación de símbolo de nuestro pasado histórico, es para los taribense como un viejo y venerable patriarca que hace grata compañía a la ciudad, mientras los hijos del pueblo y los sucesos van escalando en el tiempo el accidentado camino de los recuerdos. ¡Samán vetusto y arrugado de La Plazuela, son tus ramajes brazos amigos de la ciudad, manos impolutas que acarician el rostro amable de la urbe!
En agosto de 1948, con la asistencia de autoridades locales y de numeroso público, se efectuó la ceremonia de la siembra. En aquella ocasión el docto profesional del Derecho, doctor Luis Felipe Ortiz pronunció un discurso alusivo. Copia de sus palabras fue depositada dentro de una botella y colocada junto al arbolito como memorable monumento de aquel significativo día. ¿Samancito de la plaza Miranda, ayer eras como débil niño, hoy samán adulto. Estás robusto con la savia que recibiste de la ilustre estirpe; luces vivaracho en medio de la plaza, cual si desafiaras el tiempo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario